- Resume las páginas 44, 45 y 46
- Realiza en tu pendrive los ejercicios 1, 2, 3 y 4 de la página 48
- Aquí tienes un ejemplo de artículo de opinión:
AUNQUE ME QUIERAN MENOS
Elvira Lindo
Suplemento "Domingo", El PAÍS. 19-07-09
Un hombre muerto por un toro en Pamplona. Éste era el titular que la actualidad
española le arañaba a The New York
Times el 10 de julio. Hubiera preferido que fuera sobre otro asunto, porque lo que aquí es un suceso reseñable, allí, aislado como
única información sobre nuestro país durante días, nos convierte una vez más en
el país de toreros, pasión y muerte que
a algunos tanto les gusta. El estereotipo, sí, señor, que no siempre responde a la realidad; alguna vez habría que
contabilizar la cantidad de españoles que
comparten el entusiasmo por la sangre taurina o la diferencia entre el número
de mozos (por emplear la palabra fiestera) que consideran que
correr delante de un toro es una experiencia romántica y los que no le encuentran la gracia. De cualquier manera, aunque sospecho que es un arte en decadencia, pese a sus últimos y vistosos
coletazos a los que la prensa contribuye con fervor, me daría igual que se tratara de una afición de
masas, podría vivir, como en
tantas otras cosas, sabiéndome en minoría. Esta semana expresé en público mi convencimiento de que el hecho
de que una noticia taurina acapare el espacio que durante unos días un periódico como el NY Times dedica a España contribuye a perpetuar el tópico
español. Un profesor de universidad me
quiso explicar que para
los americanos San Fermín tiene una connotación literaria especial, o sea, los viajes de Hemingway y
blablablá. Mi defecto es la impaciencia y cuando se me
informa de lo que ya sé me impaciento.
Mucho. Visto con perspectiva y dadas las consecuencias habría preferido que Hemingway hubiera elegido para su aventura
vital otro país menos exótico. O que no hubiera viajado tanto. Como habitante
parte del año del país de don Ernest, los estereotipos me afectan, me cargan.
¡Y son tantos!, que pretender acabar con ellos es como irse con un matamoscas
al campo. Pero de qué me quejo. Nuestras ideas sobre el pueblo americano no
vuelan más alto que las que expresaba Pepe Isbert en Bienvenido Mr. Marshall ("¡el americano, ese pueblo
noble pero ingenuo!"); la única diferencia es que Don Pepe representaba en
aquella película a una España empobrecida y postergada y ahora, el mismo
topicazo envuelto en palabrería puedes leerlo en cualquier columna de un
periódico. Sin ir más lejos, cuando hace unos días la prensa mundial se puso de
rodillas ante la muerte de Michael Jackson yo andaba brujuleando por las calles
de Nueva York; inevitablemente, dada la entrega mediática de las televisiones a
la estrella del pop, las impresiones sobre ese espectáculo surgían en cada
conversación que mantenía con mis conocidos americanos; ellos se revolvían ante
la idea de que se considerara que el pueblo americano estaba volcado en el show. Grotesco, era la palabra que
más repetían. Así que mientras a través de Internet yo leía y escuchaba a los
medios españoles analizando el duelo de América por el gran Jacko, mientras se
realizaban lecturas sobre el hecho de que el presidente Obama hubiera tardado
tanto tiempo en hacer declaraciones públicas sobre el cantante, mientras se
retransmitía el singular funeral, yo no paraba de escuchar de bocas americanas
su hartazgo y su indignación por la beatificación de personaje tan discutible.
¿Estoy hablando de una minoría arrogante, ajena a lo popular? No, no, eran
personas normales, como usted, como yo. Eso sí, con cierta capacidad crítica
como para no dejarse avasallar por esos aludes informativos que, de vez en
cuando, a cuenta del entusiasmo histérico que provocan un libro, una película o
un muerto parecen querer impedirnos disentir de la emoción de las masas. ¿Somos
minoría? No lo creo, son los medios de comunicación los que convierten la sensatez
en una actitud minoritaria. En mi última mañana manhatteña, mientras me
desayunaba un delicioso bagel
recién hecho, escuchaba en la radio pública americana una tertulia sobre el show funerario. En ella, una serie de
personas, con serenidad pero sin ningún temor a la disensión, analizaban el
interminable duelo global: desde las populistas palabras del reverendo Al
Sharpton, "¡le llamaban raro pero más raros son los que se lo
llamaban!", hasta la exposición mundial de esa niña que hasta ayer mismo
había salido a la calle con una sábana en la cabeza. Y afuera, en la calle,
recordaban, esos centenares de histéricos lagrimeando antes las cámaras y
dejando mensajes con ositos de peluche, como ya hicieran las masas en el primer
entierro globalizado, el de la princesa Diana. Un contertulio iba más allá y se
preguntaba con humor, "¿podría uno llegar a afirmar, sin temor a que le
agredan los hooligans del
sufrimiento, que no le gusta Michael Jackson?". Fue una manera gloriosa de
empezar el día. Me sentí tremendamente acompañada por esa mesa redonda de
personas sensatas. ¿Son minoría? ¿Somos minoría o nos reducen a minoría a la
fuerza? Pero más allá de este bálsamo que representa para cualquiera escuchar a
personas que se distancian de las peligrosas emociones colectivas, me dije, una
vez más, que hay que esforzarse por escribir lo que honestamente se piensa, aun
a riesgo de que ustedes algunas veces me quieran un poco menos. Ese riesgo va
incluido en el sueldo.
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